La universidad que no debió ser – Parte 2

Una vez quise llegar hasta el fondo. Defender mi nota hasta el final. Respondí las pocas preguntas del examen del curso de Física, usando todos mis conocimientos (no los que el remedo de profesor suponía enseñar) y tal cual yo lo entendía. Mi teoría era simple. Si se responde bien un examen. No hay forma de que un profesor te pueda desaprobar. Pero me encontré una vez más con la triste realidad de que eso no importaba. Igual fui desaprobado en primera instancia.

Decidí reclamar en secretaría, explicando el motivo de mi respuesta. Pero fue inútil. El profesor me devolvió el examen con un mensaje cortante «No tiene idea». Aún así, no me rendí y decidí hablar yo mismo con el docente. Con algo de ayuda, lo ubiqué en su casa y le pregunté el motivo por el cual no aceptaba mi respuesta a una de las preguntas, esperando que me indicara dónde estaba el supuesto error, porque por más que yo lo miraba no lo encontraba. Prácticamente tuve que rogarle que se dignara a mirar mi examen. Su respuesta fue simplemente que estaba mal porque el resultado final, no coincidía con el que él tenía en su solucionario. Es decir, solo «sabía» que estaba mal, pero no se dio el trabajo de revisar mi desarrollo, o tal vez en su ineptitud, carecía del conocimiento necesario para hacerlo.

Al insistir, me dijo que la pregunta la había sacado de un libro Ruso y que allí estaba la respuesta. Le pedí que me mostrara el libro y así lo hizo. Al revisar el libro, encontré que uno de los datos del problema era diferente al que él había puesto en el examen. Cuando se lo hice notar, se sorprendió y, como todo caradura que nunca acepta su error, le echó la culpa a la secretaria por, supuestamente, haber transcrito mal la pregunta. Es decir, que si yo no se lo hacía notar, nunca se hubiera dado cuenta que la pregunta estaba mal planteada, porque, por otro lado, tampoco se había dado el trabajo de revisar las respuestas de sus alumnos. Otra muestra de que los «dignos» catedráticos de ese entonces, no solo eran corruptos sino, además, ineptos.

El profesor me pidió disculpas, y prometió que cambiaría mi nota inmediatamente para que apareciera ya como aprobado. Lo cierto es que ya me había mandado a dar un examen de rezagados, pero después de ese incidente, ya no tuve más problemas con ese curso y ese profesor.

Pero ese incidente era solo uno de varios. Mis problemas continuaban con otros cursos, porque a pesar de que yo me esforzaba en estudiar y responder lo que me pedían, seguía saliendo desaprobado.

Aunque me negaba a creerlo, y ya con la frustración acumulada, una vez decidí comprobar personalmente, si era cierto lo que me decían. Que tenía que ir a la casa del profesor si quería aprobar el curso. Creo recordar que era el curso de Química. De cualquier forma, enrumbé con varios de mis compañeros, al lugar que ellos ya conocían muy bien. No recuerdo la urbanización, pero parecía que era una buena zona de la ciudad. Al acercarme a la casa del supuesto docente, me encontré con una cola de estudiantes que se prolongaba de la puerta de la casa hasta varios metros de distancia. Como estaba decidido a llegar hasta el fondo, hice mi cola como los demás.

Al entrar a la casa, el panorama fue de lo más vil que había visto en mi vida. Algo que chocó inmediatamente con mis valores estudiantiles. El profesor se afanaba en atender, y cobrar, a los varios alumnos que allí mismo estaban. No recuerdo el costo, pero era alto. El servicio consistía en buscar tu examen, dentro del fajo que tenía el profesor, para que te lo dieran y escribieras en él, las respuestas que te proporcionaba también el profesor en un pedazo gastado de papel, allí delante de todos los alumnos que miraban, con naturalidad, la escena.

El profesor se mostraba de mal humor, a pesar de que le estaban pagando bien, y con un lenguaje tan vulgar como lo que estaba haciendo allí mismo. Sostenía una botella de algo en la mano y supongo que era la causa por la que se encontraba ebrio. Así es. Un profesor borracho, fuera de sí, se encontraba vendiendo las notas, con total descaro en la sala de su misma casa, a plena luz del día.

Lo único que recuerdo después es que salí asqueado de allí con muchos pensamientos confusos en mi mente. El profesor probablemente ni lo notó, con todo el alcohol que tenía en la cabeza.

No quise tomar ninguna acción en ese momento. Sabía que lo que había visto, era solo una muestra representativa de lo que era la plana docente de ese momento, y más aún, toda la facultad.

Poco tiempo después decidí abandonar mis estudios en la San Luis Gonzaga de Ica, olvidarme de todo eso, y postular a una universidad en la capital, a empezar de nuevo. Sabía que no tenía futuro allí. No me interesó ya tramitar un traslado o algo así. Hubiera preferido olvidar que alguna vez pisé esa universidad.

Tuve alguna vez la esperanza de convertirme en ingeniero allí mismo en la ciudad que me vio nacer, al lado de mis amigos, de mi familia y del sol de Ica, que cada mañana me recordaba que, a pesar de vivir en necesidad, tenía las cosas más valiosas que se puede tener. Muchas veces me imaginé en las aulas y parques de la facultad estudiando profundamente la Física, Matemáticas o el Dibujo técnico que tanto me apasionaban.

Pero lo que vi fue muy decepcionante. Me choqué cara a cara con la corrupción en la universidad. Y es una pena porque conocí a muchos compañeros muy capaces, que pudieron haberse convertido en excelentes profesionales. Varios de ellos abandonaron los estudios. Otros tuvieron que convivir con ese sistema para poder obtener el ansiado título.

Pocos como yo tuvimos la suerte de poder cambiarnos a otra universidad. En mi caso fue una experiencia muy agradable, porque a pesar de que mi autoestima estaba algo baja, resultó que, aún con poca dedicación, terminé siendo de los mejores estudiantes en mi nueva universidad. Pero eso es ya parte de otra historia.


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